Diego Rivera fue un gran y obsesivo coleccionista. Visitaba mercados y espacios donde compraba piezas a indígenas, comerciantes o arqueólogos. Las elegía por sus formas y colores, buscaba belleza y aquello que pudiera contarle historias sobre las raíces de nuestras culturas originales. Diego quería conseguir la mayor cantidad posible de objetos, para exponerlos en un lugar donde todos pudieran apreciarlos: El Anahuacalli. Su colección contiene más de cincuenta mil piezas hechas por nuestros antepasados, la mayoría, sin más instrumentos que sus manos y creatividad.
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